OJEANDO ENTRE HUESTES

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid

«¿Qué hacer uno de esos días de crudo invierno sin mucho más que hacer?» Preguntome yo delante del espejo una mañana. «Pues ir a uno de esos lugares donde se fabrican los fríos: Valladolid», respondíme seguidamente. Y allí me planté, en medio del llano castellano, de la nada más absoluta, como se levantaron las ciudades en la vieja Castilla.

Si hace unos meses Tordesillas y su tratado deslució en la visita, la vecina capital Pucela sorprendió gratamente. Quizá porque la idea preconcebida de Valladolid es que es una ciudad que tiene poco, que donde estén otras para qué vas a ir allí; esos prejuicios se quitan una vez que se lleva al centro de la ciudad. No es que tenga mucho, no es que sea el conjunto más monumental del sur de Europa, pero tiene un paseo agradable por sus calles, animadas mientras dura la luz del día, y pequeñas joyas repartidas por todo el casco. Grandes plazas, grandes calles y, de vez en cuando, un edificio imponente, algún palacete, una catedral hecha a capas inspiradora de leyendas y un río plácido y ciertamente ancho que es el Pisuerga. No es extraño que haya sido tierra de escritores, creadores de sueños y descriptores de épocas; me acuerdo sin duda de José Zorrilla y su Tenorio, aunque sufriesen sus galanterías más sevillanas y no pucelanas.

Dejo una muestra de la ciudad que tomé.

Y ya aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que no sólo de pan vive el pucelano, esta entrada quedaría coja si no terminase con unos ilustres vallisoletanos: los Celtas Cortos, por ser de Valladolid.

Esta entrada se publicó el 2 enero, 2015 en 9:47 pm y se archivó dentro de Sin categoría. Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

Deja un comentario